miércoles, 8 de agosto de 2012

L' amour


Sonaba el teléfono aquél martes de enero. No sé si era el calor o qué, pero me sentía rara. Ese cosquilleo en la panza...-Tenés mariposas!- Hubiese dicho Juan. Yo le habría contestado que sí que podía ser.
Me levanté de la cama por el ruido del teléfono, pero cuando estaba por atender, dejó de sonar. Instantáneamente lamenté haberme parado. Volví a mi pieza y me miré al espejo, algo adentro mío me decía -¡Llorá Marina, llorá!- Y yo tenía ganas de hacerle caso a esa voz.  Tenía ganas de llorar. Pero también estaba aquella otra voz que preguntaba por qué iba a llorar – ¿Tenés motivos Marina?-. Pero yo no sabía que responder.  Sólo sabía que algo presionaba mi pecho con firmeza, como si quisera arrancar una parte de mí. Y cada vez era más fuerte, casi insoportable.
Y así sin más, lloré. Lloré como nunca había llorado, fue un llanto distinto, nuevo. Puro. Mil imágenes cruzaron por mi cabeza, un remolino de sentimientos, finalmente encontrados.
Y tuve miedo, mucho miedo. Porque finalmente entendía lo que me estaba pasando. Mis manos se llenaron de sudor, tenía vergüenza. Pero este miedo también era nuevo. Era algo que nunca había sentido. Me había enamorado.
Pero así, de repente, me sentí un poco contenta, me olvidé de todo y sonreí. Qué loco esto del amor!, pensé.  Y fui a la cocina y me serví un vaso de coca. Y pensé en Felipe, en su pelo negro, en sus ojos grises, en sus manos. Luego agarré una hoja y un papel y me puse a escribir. Escribí un cuento que se llamaba L’amour. Decía algunas cosas tristes y otras lindas, como un espejo de mí misma.
Y después no sé por qué, pensé en la lluvia, en ese olor tan característico de los días lluviosos. Y lloré un poquito más. Me dije que era porque quería volver a sentir ese olor, pero algo adentro mío volvió a decir –Tus lágrimas no son lluvia Marina-. Me estaba engañando. Pero después pensé en Felipe y el sol volvió a salir.
Me había enamorado.

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