domingo, 9 de septiembre de 2012

Margarita y Rosa


Margarita encontró una guitarra en el piso y se puso a tocar. Al mismo tiempo, Rosa se creó un blog secreto para subir todo lo que escribía.
Margarita de noche tenía miedo de la oscuridad, de esa negrura inabarcable, infinita. Por eso antes de dormir rociaba su almohada con un perfume de flores, para sentirse menos sola, menos perdida.
Rosa, por su parte, escribía un cuento sobre dos enamorados. Pero quiso que el final fuese triste, condenando a los amantes a vivir separados por el resto de sus vidas. Siete noches le había llevado pensar el final. Siete días, contar el resto de la historia.
Un día Margarita se levantó con el pie izquierdo y no pudo tocar los acordes de su canción favorita.  Un día Rosa se levantó con el pie derecho y le regalaron una flor.
El tiempo pasaba y sus vidas continuaban sus rumbos; Margarita seguía tocando, Rosa seguía escribiendo... Nada nada fuera de lo común les ocurría. Nada hasta aquel martes de Abril.
Hacía frío, aunque el sol iluminaba toda la ciudad.  Margarita salió de su casa porque tenía ganas de tomar un café rico. Al mismo tiempo, Rosa se quedó sin medialunas y se dispuso a ir a comprar más, aquellas de ese bar de Palermo que le gustaban tanto.
Era martes y hacía frio, aunque el sol iluminaba toda la ciudad. Margarita y Rosa, que venían caminado muy concentradas en sus propios pensamientos, se chocaron frente a la puerta del bar. Y en un susurro casi simultáneo se dijeron perdón.
Margarita miró a Rosa, Rosa miró a Margarita y en ese momento, el mundo empezó a girar mucho más rápido. Todavía no lo sabían, pero a partir de aquél día, sus vidas cambiarían para siempre.

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