Margarita encontró una guitarra
en el piso y se puso a tocar. Al mismo tiempo, Rosa se creó un blog secreto
para subir todo lo que escribía.
Margarita de noche tenía miedo de
la oscuridad, de esa negrura inabarcable, infinita. Por eso antes de dormir
rociaba su almohada con un perfume de flores, para sentirse menos sola, menos
perdida.
Rosa, por su parte, escribía un
cuento sobre dos enamorados. Pero quiso que el final fuese triste, condenando a
los amantes a vivir separados por el resto de sus vidas. Siete noches le había
llevado pensar el final. Siete días, contar el resto de la historia.
Un día Margarita se levantó con
el pie izquierdo y no pudo tocar los acordes de su canción favorita. Un día Rosa se levantó con el pie derecho y le
regalaron una flor.
El tiempo
pasaba y sus vidas continuaban sus rumbos; Margarita seguía tocando, Rosa
seguía escribiendo... Nada nada fuera de lo común les ocurría. Nada hasta aquel
martes de Abril.
Hacía frío,
aunque el sol iluminaba toda la ciudad.
Margarita salió de su casa porque tenía ganas de tomar un café rico. Al
mismo tiempo, Rosa se quedó sin medialunas y se dispuso a ir a comprar más,
aquellas de ese bar de Palermo que le gustaban tanto.
Era martes y hacía
frio, aunque el sol iluminaba toda la ciudad. Margarita y Rosa, que venían caminado
muy concentradas en sus propios pensamientos, se chocaron frente a la puerta del
bar. Y en un susurro casi simultáneo se dijeron perdón.
Margarita miró a
Rosa, Rosa miró a Margarita y en ese momento, el mundo empezó a girar mucho más
rápido. Todavía no lo sabían, pero a partir de aquél día, sus vidas cambiarían
para siempre.
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