Matías está triste. Va a la
cocina y se como en alfajor de chocolate blanco. Pero esto no llena su vacío.
Está mal.
Llama a Lucía, su psicóloga y le
pide adelantar su sesión. Ella le dice que sí que está bien y Matías se siente
un poquito mejor.
Piensa en su vida, su trabajo, su
familia. En árboles de otoño, la parada del 60 que está rota, en sus clases de
piano. Matías se abstrae, piensa muchas cosas por un tiempo relativamente
largo; y después vuelve a su realidad, a las cuatro paredes que limitan su
living.
Matías decide hacer un cambio
radical en su vida. Iba a opinar siempre en política, se compraría un perro y
un loro; llamaría a María y le ofrecería salir con él (tal vez al cine o sino
un café). Miles de promesas y palabras cruzan su cabeza. – voy a empezar el
gimnasio tres veces por semana; voy a renunciar Eugenio! Ya no me vas a pedir
más que te vaya a buscar el diario hijo de puta; voy a comprarme una bici y
dejar de usar para todo el auto...–
Al rato Matías se olvida el por qué
de sus pensamientos, pero está conforme con su decisión. Ansía contárselo a
Lucía. Ella seguro lo apoya. O tal vez no.
Pero son las cuatro de la tarde y
Matías vuelve a estar triste. No está muy seguro de por qué. Cree que no es por
algo en particular sino una suma de cosas.
Qué fácil es la vida de un pez!
Piensa. Fácil, fácil, fácil. Quisiera ser un pez, o tal vez un pájaro. La vida
de los pájaros también debe ser fácil. Sí. Y qué lindo debe ser volar. Volar y
olvidarte de todo, sentir el viento frío en la cara, frío y que seca lágrimas.
Y Matías llora, llora mucho. No
puede parar, se tira al piso y sigue llorando por todo y por nada. Llora por lo
que cree que le pasa, llora por no saber por quién llorar. Llora sin saber y
sin saber, sigue llorando. Y de repente, sumergido en ese mar de lágrimas, se
queda dormido.
Matías se despierta y es de noche.
Está tirado en el piso, un poco mojado y contracturado. Mira el reloj y son las
11. Se da cuenta que no fue a su sesión con Lucía. Quiere volver a llorar, pero
está seco. En realidad, cree querer llorar, pero no. Ya no quiere ni llorar ni
nada.
Matías se acuerda de lo que había
prometido y se ríe muy fuerte. Cambiar. Cambiar ja ja ja! A veces pienso cosas
tan ridículas cuando estoy mal. Matías ahora está serio de nuevo.
No tiene sueño pero se va a
acostar. Mañana me voy a sentir mejor, piensa. Los 7 de Octubre son un buen día
para estar un poquito más feliz.
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